PRÓLOGO


Eternidad al atardecer se inicia con un crimen sobrenatural que, más allá de la intriga, implanta un misterio que mucho tiene que ver con el poder, la ambición y las profundas convicciones de los personajes.
En esta novela no solo hay un crimen sino varios, así como una serie de atentados cuyo factor común ahonda en las grandes razones de la propia existencia. Así, Eternidad al atardecer es una novela de frontera, está a mitad de camino entre el thriller y la historia de honda inspección humana.  Una novela de frontera.  Decía el escritor Claudio Magris que al viajar siempre se cruzan fronteras; no importa si el periplo es hacia una isla desierta o, sencillamente, lo que toma llegar de una habitación al baño. Nos recuerda el italiano que dejar atrás el sosiego de la cama para introducirse en la frialdad de las losetas puede ser tan azaroso y amenazador como atravesar un océano. Pero no solo al viajar se cruzan fronteras, las fronteras de nuestras expectativas, experiencias y miedos; de nuestras necesidades, inquietudes y regocijos; también se cruzan fronteras al escribir un libro.

Cada novela, asimismo, puede marcar una frontera para su autor.  Jorge Mendoza, ingeniero de profesión, va más allá de los límites de su quehacer para contarnos los acontecimientos de una logia secreta y las implicancias de estos en torno a un pueblo que tiene mucho de fantasmal. Supera los propios confines de los subgéneros literarios para dotar de verosimilitud a su ficción. Y cruza una frontera más cuando desarrolla sus personajes, dotándolos de rasgos inéditos y ubicándolos en situaciones poco habituales en la narrativa nacional. Eternidad al atardecer no solo es el debut de su autor, en cierto modo, también es el debut de este tipo de historias en la tradición novelística peruana.  Más allá de la relativa novedad de este libro, importante por sí misma, están sus méritos en el despliegue de situaciones afectivas, truculentas e intrigantes; la variedad de personajes y la actitud con que enfrentan estas situaciones; el rol del narrador con su inquietante frialdad, distanciamiento; el manejo de la incertidumbre y la apuesta por una historia donde cuestiones tan esenciales como el sentido de la vida, la impronta de la muerte o la ambición por la eternidad están al servicio de un gran aliento narrativo.  Si Eternidad al atardecer no fuera una novela sino un viaje en muchos sentidos, eso es lo que es , lo más valioso no estaría en el origen del periplo ni en el destino planteado, lo más valioso no estaría al final del camino ni en el hecho de saber comenzarlo. Acaso lo esencial de este viaje que es Eternidad al atardecer, en tanto novela, sea el mero recorrerla. Tramo a tramo, recorrerla. Viajar para viajar, leer para leer. Y, con esto, gozar la experiencia.

A fin de cuentas, frente a esta novela que se inicia con un crimen, no hay crimen mayor que desaprovechar sus páginas.

Juan Manuel Chávez